lunes, mayo 01, 2006

De Jesús Silva Herzog Márquez

Andrés Manuel López Obrador representa en el México de hoy la política de la fe.
Si hay una vertiente religiosa en el discurso público de nuestros días está curiosamente en el costado de quien se dice de izquierda.
Su proyecto de purificación desprecia todo dato que no embone con su convicción.
Sus ideas son rotundas y simples.
Ningún argumento, ningún dato, ningún proceso de verificación las ensucia.
Él será el próximo presidente de México porque el pueblo está con él.
Punto.
No hay más que decir.
La historia conduce a su triunfo.
Todo aquel que cuestione el presagio revelado es un hereje, un traidor que ha prestado oídos al demonio.
Cualquier estudio de opinión que sugiera un descenso de su popularidad es un invento.
¿Por qué?
Porque lo dice él.
Porque no puede ser cierto que la derecha avance y el pueblo retroceda.
Porque es moralmente imposible que los malos ganen.
Nuevamente ha lanzado la acusación de inmoralidad a quien lo desaira.
Quienes dicen que desciendo son unos embusteros.
El diario Reforma miente.
Ni siquiera se han tomado la molestia de realizar una encuesta.
Recibieron el dictado del poder y divulgan una farsa.
La severísima acusación vuelve a soltarse en el vacío.
Se trata de un cargo gravísimo: el candidato acusa a un medio de comunicación de engañar a sus lectores.
Pero no hay en el acusador la menor intención de ofrecer prueba.
¿Por qué habría de ofrecerla?
Él es la verdad y el camino.

Vale la pena insistir.
La causa de López Obrador empieza a tener en López Obrador a su peor enemigo.
Los grandes atractivos de su personalidad se diluyen y resaltan cada día con mayor claridad sus enormes limitaciones.
El dirigente carismático se ha vuelto un político enclaustrado en sus obsesiones, un dirigente ciego y terco.
Su obcecación parece suicida. S
e niega a reconocer sus errores, persiste en la ruta trazada en otro tiempo, es incapaz de dar un giro a su plan.
Él no se ha equivocado.
Él no ha cometido error alguno.
Su campaña va viento en popa.
Todas las encuestas están equivocadas, menos la suya.
Sigue trotando con una amplísima ventaja sobre sus adversarios.
Su espejo le dice todas las mañanas que es el más hermoso de los mortales.
Lo cree.
Los diarios mienten, las encuestas mienten, sus críticos mienten.
Sólo él y su corte de incondicionales dicen la verdad.
Por eso no solamente se resiste a reconocer la equivocación de faltar al debate reciente sino que se ríe de sus adversarios.
El político simula una risotada.
Dicen que me equivoqué.
Jajajá.

López Obrador ha perdido los instrumentos indispensables de la navegación.
Antes de ganar el poder perdió el piso.
Se desprendió de lo que consideraba un estorbo.
Destruyó a su partido.
Bajo la idea de que se trataba de la oportunidad histórica de ganar el poder, el PRD aceptó ser asaltado por los enviados de la esperanza.
El priista que dirige el PRD por decisión del caudillo no hace más que reproducir las obsesiones y los odios del candidato.
En lugar de servir de semáforo de prudencia, ofrece celebración incondicional.
En esta corte no hay quien le advierta al perredista que, si no cambian de rumbo, van camino al desastre.
Los críticos han sido liquidados.
Las únicas voces que escuchan repiten su diagnóstico: vamos bien, tenemos la razón, nuestros enemigos tratan de confundirnos sembrando dudas.
Hay que persistir en la ruta inicial.

López Obrador se convenció de ser el candidato del pueblo.
Eso: El Candidato de El Pueblo.
Dejemos a un lado el evidente arcaísmo y la antidemocracia de la concepción.
Me interesa resaltar el engaño que ha sostenido su soberbia.
Creyó que sus respaldos tenían la firmeza de una congregación de incondicionales.
No se dio cuenta que había ganado accidentalmente la simpatía de ciudadanos independientes que, por su propia condición, estaban dispuestos a cambiar de parecer en el curso de una larga campaña política.
No eran conversos a su causa.
No le ofrecían fidelidad eterna.
En su gran mayoría eran tenues simpatizantes.
Ahí, en el territorio de los electores independientes donde López Obrador fincó su éxito inicial es donde su campaña ha cometido los peores errores.
Con su soberbia de candidato imbatible, con su rechazo sistemático al debate, con su desprecio a todos los que no lo aclaman, con su agresiva intolerancia ha ido minando el respaldo de los mexicanos sin partido.
Esos ciudadanos que hace seis años votaron por Vicente Fox y que hace unas semanas se inclinaban por López Obrador están reconsiderando el voto de julio.

¿Hay alguien que pueda reconectar a López Obrador con la realidad?

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

NO
Para fortuna de los mexicanos a este gallo ya se le fundieron los fusibles.
Yo le tengo fe ciega a su soberbia.

7:23 p.m.  
Anonymous Anónimo said...

López Obrador es un tipo acomplejado, de llegar al poder utilizaría toda su fuerza autoritaria para controlar a la población, como pueden ver el año 2010 ya está cerca, muchos pol+iticos sienten el temor de que en ese año, al iguial que en años anteriores 1810 y 1910, se pueda dar otro movimiento armado, sinceramente yo no creo que el 2010 pase sin pasar nada y que mejor forma de tener un movimiento así teniendo un presidente como lopez obrador, como dijo el expresidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, "En política, nada ocurre por casualidad. Cada vez que un acontecimiento surge, se puede estar seguro que fue previsto para llevarse a cabo de esa manera."

2:24 p.m.  

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